Ex libris

Hacia 1480 vivía en la pequeña aldea de Biberach un monje erudito llamado Hildebrando de Brandenburgo. Vivía continuamente atormentado por la visión del fuego eterno y las cadenas del infierno. Era también este erudito monje poseedor de una de las mejores bibliotecas de su aldea. A fuerza de sacrificios y privaciones había logrado adquirir preciosos manuscritos, breviarios, libros de hora, salterios, misales, etc. Todos ellos con la mejor caligrafía de escribas profesionales, de vistosos colores y letras capitales adornadas con cálices y otros.

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“Exlibris de Hildebrando de Brandenburgo”. Licensed under Public domain via Wikimedia Commons

Hildebrando tenía un gran aprecio por su biblioteca y tal apego que empezó a sospechar que estas ataduras eran las que le provocaban sus visiones del infierno. Un día tomó la gran decisión de despojarse de todo aquello para ser libre de ganar su camino al cielo. Pero antes de donar su magnífica colección al monasterio de la Cartuja de Bruxheim, en un acto de cierta vanidad, resolvió dejar en todos ellos su sello personal. Consideró importante “…vincular su nombre a todos los grandes sabios que habían escrito aquellos libros, y a todos los artistas que habían dibujado esas viñetas, pasar con ellos también a la posteridad y dejar testimonio de haber sido el propietario de esos tesoros que ahora iban a ser para siempre de la comunidad cartujana.”[1] Hildebrando preparó, entonces, unas pequeñas etiquetas de papel fino con dibujos que representaban su escudo heráldico sotenido por ángeles; debajo de éstos colocó su nombre. Se entiende que después de entregar toda su colección, bien identificada, quedó librado para siempre de sus tormentosas visiones.

Se toma la anécdótica historia de Hildebrando como el inicio de los ex-libris, que quiere decir “entre los libros de”. Sin embargo, la historia nunca es tan simple y la verdad es que se han encontrado otras marcas de propiedad anteriores a esta fecha. En el Museo Británico se conserva una tableta egipcia de barro cocido y esmaltado en azul pálido la cual contiene una inscripción jeroglígica que pone de manifiesto su procedencia de la biblioteca del Faraón Amenofis III, hacia 1400 a.c. Este tipo de tableta de barro se colocaba dentro de las cajas que contenían los rollos de papiro para indicar su pertenencia. También se sabe de la existencia de un ex-libris de Baviera del año de 1188 con la efigie de Federico I, encontrado dentro de un códice en la colección de la Biblioteca Vaticana.

De cualquier forma los primeros ex-libris que encontramos después de los que hiciera Hildebrando son al estilo de los de éste: pintados a mano y con la representación de los escudos heráldicos de sus dueños. Algunas veces éstos no están hechos como etiquetas que luego se pegan en el interior del libro sino que están hechos en la página titular del libro.

Existe además lo que se conoce con el nombre de super-libris, que son sellos de propiedad del libro que se encuentran impresos en la cubierta del libro o a veces en el lomo. Por lo general se trata de escudos heráldicos.

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Sir Patrick (Peter) Budge Murray Threipland 4th Bt. of Fingask Castle (1762–1837). From a copy of a 1761 Book of Common Prayer, Licensed under Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 via Wikimedia Commons

Con la llegada de la imprenta a Occidente surgieron los primeros ex-libris impresos. El más antiguo conocido por los coleccionistas data del 1491 y perteneció al clérigo Juan Krabensperg. Siguiendo la tradición de los ex-libris hechos a mano, los primeros ex-libris impresos tenían como motivo el escudo heráldico de su dueño. Esto es indicio de que los dueños de libros en estas épocas eran gente de la nobleza, de la jerarquía eclesiástica o bien universidades y bibliotecas.

El crecimiento de la clase media y el abaratamiento de los libros ejerció gran influencia en el estilo de los ex-libris sustituyéndose en estos tiempos los escudos por temas profesionales. También se favorecieron los temas paisajísticos y los motivos de bibliotecas o de libros apilados. Los ex-libris se convirtieron en obras de arte en miniatura. Se incluían en éstos versos, lemas o citas famosas a veces escritas en ornamentada caligrafía. Muchos de éstos versos eran advertencias y maldiciones contra áquellos que se robaran el libro o lo tomasen prestado y nunca lo devolviesen.

El ex-libris adquiere una gran importancia dentro de la historia del arte al considerar que muchos de los grabados hechos par a estas etiquetas fueron realizados por grandes grabadores y artistas de distintas épocas y lugares desde Durero, Miguel Angel, Goya y Rafael. Modernamente también encontramos artistas del grabado como Rockwell Kent, Eric Gill y William Morris entre otros.

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“Albrecht Dürer – Coat of Arms of the House of Dürer – WGA07258” by Albrecht Dürer – Web Gallery of Art: Image Info about artwork. Licensed under Public domain via Wikimedia Commons

Desde el año 1875 apareció en Europa la preocupación por coleccionarlos y grandes fortunas han sido invertidas en éstas curiosas etiquetas, incluso existen asociaciones de ex-libristas. Se considera el ex-libris un elemento importante para el análisis sociológico e histórico de una época. Para los historiadores del libro también resulta de particular interés poder rastrear la historia de un libro a través de sus distintos dueños y poder así recomponer el contenido de grandes bibliotecas que en un tiempo u otro han sido desmanteladas.

El propósito original de estas etiquetas que era el de identificar al propietario de un libro fue adquiriendo con el tiempo la expresión más personal de un continuo amor por los propios volúmenes. Cerramos con esta cita de Eugène Field:

                 “Exhorto a todos los que aman los libros a hacerse de sus propios ex-libris. Siempre que veo un libro que lleva la etiqueta de su propietario me siento obligado a tratarlo con especial consideración. Ese libro lleva consigo un certificado del amor de su dueño.”

[1]Eduardo Santa, “La curiosa historia de los ex-libris”, Boletín Cultural y Bibliográfico (1983), Vol. XX, Núm.2, pág.137.

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