Precursores del libro miniatura

La Edad Media es un período histórico de la civilización occidental comprendido entre los siglos V y XV. Muchos coinciden en que se inició en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y que finaliza en 1492 con la llegada de Cristóbal Colón a América. Otros opinan que fue en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, la parte oriental del Imperio Romano, que pervivió toda la Edad Media hasta el comiezo del Renacimiento.

La religión cristiana se implantó como religión oficial y se impuso en todas las partes del Occidente. El ritmo de vida de los religiosos en los monasterios de la Europa cristiana estaba regido por una liturgia de las horas para santificar la jornada. Era una división del tiempo que obedecía a lo que se lee en el Libro de los Salmos: «Siete veces al día te alabaré» y «a media noche me levantaré para darte gracias» (Salmo 118, 62 y 164). A cada hora, llamada litúrgica o canónica, correspondía un conjunto de oraciones, cánticos y lecturas pertinentes a las diferentes partes del día. A saber:

horas
Recreación de los relojes canónicos: relojes de sol que se utilizaban para marcar las horas del día destinadas a la oración.

Matines– Se rezaban antes del amanecer.
Laudes– Al amanecer.
Prima– Una hora después del amanecer, sobre las 6:00 am
Tercia– A la tercera hora después, a eso de las 9:00 am
Sexta– Al mediodía, después del «Angelus» (en tiempo ordinario) o el Regina Coeli (en Pascua).
Nona– También conocida como la «Hora de la Misericordia», se rezaba sobre las 15 horas, a eso de las 3 de la tarde, para recordar la hora en que expiró Jesús.
Vísperas– Se rezaban tras la puesta del sol, habitualmente sobre las 18 horas (6:00 pm) después del Angelus o del Regina Coeli, para venerar la memoria de la sepultura de Jesucristo o su descenso de la cruz.
Completas– Antes del descanso nocturno, hacia las 21 horas o 9 de la noche.

En su ensayo El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sabato nos dice que «en una sociedad dominada por el espíritu religoso, como en la Europa medieval, todo es influido de una manera, u otra, por la religión». Acorde con esto, tenemos que las personas más adineradas de la nobleza que deseaban incorporar en su vida cotidiana los elementos de la vida monástica para santificar su jornada, llevaban consigo un libro devoto personal con los textos agrupados para cada hora litúrgica del día. Cada libro era único debido a que se realizaba exclusivamente para una determinada persona. Eran manuscritos por monjes copistas en el scriptorium de los monasterios e iluminados con imágenes alusivas a los textos religiosos, realizados con gran belleza y esmero sobre pergamino muchas veces y, muchas otras, sobre una superficie lisa, suave y blanca producto de la piel de animales tiernos como la ternera, la oveja y animales no-natos. Por razones prácticas eran de formato pequeño.

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Miniatura de un scriptorium en Libro de los juegos o Libro de ajedrez, dados y tablas. España, 1283. Manuscrito iluminado sobre pergamino, ordenado por Alfonso X.

En general, su tamaño no excedía las 7 ó 9 pulgadas para poder llevarlos consigo convenientemente guardados en un bolsillo, bolso o cartera. Hasta nuestros días han llegado hermosos ejemplares de los libros de horas. Uno de los más famosos es el libro de Las Bellas Horas del Duque de Berry, realizado por los hermanos Limburgo a principios del siglo XV.

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Paul, Jean y Herman de Limbourg. La anunciación en Las bellas horas de Jean de Berry, c. 1406-09. Manuscrito iluminado sobre vitela.

En la colección de La Casa del Libro en el Viejo San Juan, hay varios, entre los que destaca uno que perteneció a la reina Juana I de Nápoles, del siglo XIV francés.

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Libro de Horas en la colección de La Casa del Libro.

Poco a poco, la época medieval va dando paso a un período en la historia europea que, entre los siglos XIV y el XVII, habría de marcar una transición hacia la modernidad con ideas nuevas en todos los órdenes, lo que trajo consigo reformas y revoluciones en el mundo de las ideas, una nueva visión de mundo. Será el hombre la medida de todas las cosas, como decía Protágoras, filósofo griego presocrático. A partir del siglo XIV, resurge el conocimiento basado en las fuentes clásicas. Esta nueva forma de pensar se hizo manifiesta en el arte, la arquitectura, la política, en las ciencias y en la literatura.

Ernesto Sábato nos explica en otro ensayo titulado Profanidad y angustia del Renacimiento : «Al despertar del vasto ensueño medieval, el hombre comienza a descubrir el paisaje y su propio cuerpo. La realidad tenderá, desde ese momento, a ser más profana…» Añade más adelante: «Pero el mundo que tumultuosamente ha de reemplazarlo es el de la ciudad liberal y dinámica por esencia, regida por la cantidad y la abstracción. El tiempo es oro porque los florines* se multiplican por el simple transcurso de las horas, y hay que medirlo seriamente por los relojes…El comercio con Oriente y la fantástica prosperidad de las comunas italianas fortalecen la llegada de aquellos eruditos griegos que se ganaban la vida en Constantinopla y con ellos el misticismo numerológico de Pitágoras celebra un matrimonio de conveniencias con el misticismo de los ducados, ya que la Aritmética rige por ligual el numdo de los poliedros y el de los negocios…es un proceso de secularización…»

Resurge el conocimiento basado en las fuentes clásicas. Los humanistas del Renacimiento, como Poggio Bracciolone, buscaban afanosamente redescubrir en las bibliotecas monásticas antiguos textos latinos de literatura, historia y oratoria. Por otro lado, la oleada de eruditos griegos que vienen huyendo de Constantinopla, trae consigo un acervo de valiosos y antiguos manuscritos griegos, muchos ya olvidados, otros desconocidos en Europa. Consecuentemente, se estudia el latín y el griego además de interesarse progresivamente por el estudio de las lenguas vernáculas.

La aparición de la imprenta y tipografía móvil en metal en Alemania democratiza el conocimiento y permite la propagación de ideas nuevas en todos los órdenes.  La imprenta permite a los impresores realizar proezas insospechadas. Para demostrar su dominio de esta nueva tecnología y hacer gala de su arte, algunos impresores hacen libros compactos o en miniatura. En 1468, Peter Schoeffer (ayudante de Johann Gutenberg) imprime el primer libro de bolsillo: Diurnale Mogantinum.

Poco más tarde, en 1494, el impresor Aldo Manucio funda en Venecia la famosa Imprenta Aldina,** que se distinguió por  sus impecables y bellas ediciones en latín y en griego, así como por sus ediciones en formato pequeño, octavo, que medía entre ocho a diez pulgadas (200-250 mm) aproximadamente. A Manucio se le debe la creación en 1501 de la letra itálica o cursiva, hecha por su tipógrafo Francesco Griffo, la que le permitía imprimir textos compactos y poder hacer libros en formato de bolsillo, como sus antecedentes los Libros de Horas, que eran portátiles.

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Dante Alighieri. Le terze rime di Dante. Venecia, Aldus Manucio, 1502. Primera página del Infierno.

Estas ediciones contenían solamente el texto, sin comentarios y notas y eran muy populares entre la gente educada. Cabe destacar que Manucio era un humanista, erudito y educador y se rodeaba de intelectuales.

Hoy en día los libros miniatura, usualmente de cuatro pulgadas o menos, son una demostración del virtuosismo técnico de los impresores que logran su factura sin comprometer la calidad del trabajo. No obstante, sus precursores surgen debido a la necesidad de poder llevar fácilmente los libros indispensables para, en un principio, cumplir con la devoción religiosa y posteriormente, para facilitar el estudio de textos clásicos.

*Florines- moneda utilizada en Florencia para esa época.
**La colección de La Casa del Libro guarda celosamente varios ejemplares de la imprenta Aldina.

1 Comment

  1. Mi libro favorito de la colección de La Casa del Libro es el Libro de Horas de la reina Juana al que le tengo un afecto especial por haber sido yo la que descubrió su dueña original al leer una nota apenas visible en francés que lo indicaba.

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